Maximiliano Cárdenas - Editor y periodista
Suena un video hogareño en YouTube. Álvaro Sebastián Cormenzana (el poeta, violinista sinfónico y afamado compositor tucumano-jujeño) canta su blues “De las aves que vuelan”, a dúo con Camila Plaate, la joven que nos regaló algo de su arte en la presentación de “El atril”. Esta es la novela que Cormenzana escribió en los 90, en la que trabajó de a ratos hasta su muerte y que acaba de aparecer por Editorial La Papa. Un libro que prologué y ordené para su publicación y que se presentó en el MUNT, con la participación de afectos del autor y de público en general.
Alguien a quien no conozco puso en Twitter: “Un libro único por tantos motivos”. No puedo más que hacer mía esa aseveración, a primera vista ociosa o poco comprometida, en el sentido de que cualquier resumen dejaría fuera toda una lista de peculiaridades que distinguen y constituyen a “El atril”. Frente a esa limitación, puede que remitir al video del comienzo, así como a otros textos y registros sueltos, sirva mejor que cualquier tentativa de reseña a los fines de ofrecerle al lector una idea del artista que fue Álvaro, y en consecuencia una idea del libro con el que habrá de toparse. Una idea de las cosas secretas, de otra forma quizá perdida para siempre, que cabe adivinar en la novela de un hombre así.
Quien lea estas líneas en papel podrá encontrar los registros que menciono con solo copiar en los buscadores algunas palabras clave (los demás pueden sacudir el mouse):
- Cormenzana recitando “Poeta en un fumadero de opio”, en un Facebook Watch titulado “Se miran letras en Tucumán”.
- La letra de su canción “El mirlo y el duende”, leída por Qoqi Méndez en “La lupa mágica de la palabra”, programa conducido por Alejandro Gil, seguida de una versión en la voz y la guitarra de Lucho Hoyos.
- Un informe compilado en 2007 por el rosarino Osvaldo Aguirre, con opiniones sobre el poeta vertidas por algunos de sus pares.
- El primer capítulo de “El atril”, que recité en la apacible y como encantada noche de ese jueves en Tucumán, momento que dejo disponible en Facebook, con toda conciencia del giro chaplinesco que supone linkear el perfil de uno mismo.
- Y por último, ya en pleno mareo autorreferencial, el prólogo que escribí para esta primera edición, más un artículo en La Papa Online en el que propuse la inscripción de esta novela en el canon alternativo de la literatura nacional del siglo XX.
Por lo pronto, adelantemos que una buena parte transcurre en la zona de la cancha de Atlético, en el que tal vez haya sido el último apogeo dorado de la comunidad de los barrios de Tucumán. Dato que viene a reafirmar la extemporaneidad de “El atril”, sobre todo de cara al actual rotundo triunfo de los countries, que así como se dieron su propio ordenamiento territorial parecieran estar prohijando su propia literatura, una que cada tanto se permite sin embargo bajar a la aldea (digamos a “ranquelear”, trayendo a colación un libro querido por Cormenzana).
Una novela de la que puede afirmarse que milita con pasión el malentendido (el “no lo entenderías”, para decirlo como quien tiene hijos chicos), el dislate, lo no dicho, lo anunciado y que no se concreta, a extremos que llegan a rozar la misantropía. Lo cual sería nada si no mediaran la gracia, el talento, esa “habilidad con el tabaco y las palabras” que tantos reconocieron en el poeta.
La singularidad de Cormenzana toma cuerpo en esta búsqueda de una nueva forma, de un nuevo modo de decir consustancial a su tiempo y al paisaje urbano, para legarle a este rincón del mundo una novela situada entre nosotros, subida a la alfombra voladora de un lenguaje irremplazable.